Durante el fin de semana, la Carpa de la Dignidad volvió a tomar forma y se levantó a orillas del Mar Argentino que la recibe después de dos años para cobijarla y oficiar de guardia de honor. Veteranos de la guerra de Malvinas, descendientes, amigos y público en general se congrega en la zona de los monumentos a los Héroes de la Causa para dar el puntapié inicial a siete días de incesante repaso histórico.
Los vecinos de la época cuentan sus anécdotas, los vecinos nuevos van por ellas. Hay recuerdos dolorosos, pero también hay abrazos y palabras de afecto para que el relato duela menos. 40 años no son nada cuando el cuento viene acompañado de pérdidas permanentes.
Los niños y adolescentes enmarcan el sitio con sus guardapolvos y sus uniformes; por más que los visiten cada año, para ellos siempre es una aventura indescriptible encontrarse con “los superhéroes” de Malvinas, tal como los bautizó una niña de jardín después de uno de los tantos recorridos.
Son siete noches en las que las escenas se reiteran. La bebida caliente, el lugar del silencio sin sentir obligación de decir nada, la palabra animada o la mirada perdida en el horizonte marítimo. Cada reacción es única, cada noche y cada año. Se siente. Se vive. Se cuenta.
La Carpa de la Dignidad es un estandarte individual de sentimiento colectivo. Es Causa interminable. Es reunión. Es comunión. Ahí está resistiendo al frío y al viento, como sus jóvenes allá en Malvinas. A veces se la ve débil, pero aunque la azoten, aguanta estoica. Es más que caños, redes y telas. Es identidad, idiosincracia. Es pertenencia.
La larga línea del futuro marca la senda para jóvenes y adultos, hay que mirar hacia atrás, conocer, saber, enterarse, porque toda sabiduría es herramienta fundamental para defender lo que se pretende.
Hay pasión, delicadeza, constancia y dureza. Hay manos arrugadas y mentes confundidas. Hay honor y respeto a los que fueron. A los que están. A los que no volvieron. Darwin es mucho más que un nombre importante de un científico famoso, traspasa generaciones y acumula identidades.
La semana de Malvinas es un evento trascendental. No hay invitaciones, pero todo el que quiere estar se siente bienvenido y todo el que está allí se siente acompañado. El aire frío de abril queda suspendido ante el calor permanente del pueblo reunido. La historia es presente durante siete jornadas que vienen acondicionadas con la esperanza de volver al suelo sagrado.
Nadie es dueño de nada de lo que pasa durante una semana. Las fotos oficiales y los políticos presentes son siempre un adorno que no logra ser protagonista. El actor principal es uno solo y es pasado, la actriz protagónica es una sola y sin duda es la Causa. Que no termina, que no descansa.
No se trata solo de recordar algunos días y olvidarse el resto del año, sino de recordar todo el año y maximizar el recuerdo durante siete días. 40 años después todavía hay detalles por conocer, verdades por revelar, heridas que curar. Y ahí está toda una comunidad, decidida a ser parte de la primera línea, la que recibe el mayor impacto, para cuidar a los que están ya que en sus entrañas llevan el tesoro más preciado, la vivencia, lo palpable.
Recién empieza. Una vez más. Pero recién empieza. Como cada año. Pero recién empieza. Quedan por delante 168 horas de una intensidad incomparable. Todo será imagen y repaso constante de los momentos más desoladores de un grupo que se erigió como gestor del compromiso con la patria. 168 horas que fueron pasando y tendrán su punto más alto cuando el viernes se convierta en sábado y llegue un nuevo 2 de Abril.
Será la noche nuevamente protagonista, con la promesa sutil de dejar pronto la oscuridad del deseo para pasar al día que entregue la luz de la promesa concretada. Volveremos.
María Fernanda Rossi