¿Habrá forma de describir “la fueguinidad”? A 29 años del nacimiento oficial de la provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, buceamos en el concepto.
El cantautor (fueguino aunque no nacido) Walter Buscemi escribió:
Soy fueguino y aquí, me propongo dejar,
las huellas de mis pasos que perdurarán.
Y mis hijos también, se habrán de quedar,
luchando por la tierra del Karukinka
¿Qué describe “el Karukinka”?
En sus notas, la antropóloga Ann Chapman, describe el relato de Angela Loij “Karukinka esa tierra que está por allá lejos. Sí, esa es Karuk”.
“Sí, porque estaban cazando guanaco esa gente, venían unas cuantas familias y llegarían donde estaba la tierra, creo aquellos tiempos, años, siglos ya. Quedaron aislados ahí. Por un terremoto habrá sido que quedaron aislados en esta tierra”. Y agrega “quedaron, hasta que aumentaron mucho. Sí, mucha gente. Ahí quedó Karuk, sola sí. Karuk”.
El profesor Fabio Seleme describe “Karukinka es distancia temporal porque el nombrar evoca un tiempo mítico, arcaico y legendario ‘aquellos tiempos, años, siglos ya’. Pero también es distancia espacial ya que extrañamente Karukinka es para Ángela Loij (como si hablara desde otro lugar) ‘esa tierra que está por allá lejos, ‘sola’, periférica.
Podríamos resumir, tal vez, que entonces el Karukina no es más que “el fin del mundo”. Un rasgo inexpugnable de fueguinidad.
Durante décadas nos hicieron creer que el hecho de ser “nacido y criado” nos daba un valor agregado, un plus, un pase mágico para ser merecedores de las mieles de estas tierras. En cambio ser “venido y quedado” era casi como tener una marca que te mandaba un escalón más abajo. La competencia insólita de las penurias para demostrar cuánta fueguinidad nos corre por la sangre. Como si los pioneros, los que vinieron, los que se animaron, no hubieran tenido participación alguna cuando se forjó la historia.
“Vivo en Río Grande hace casi 7 años, soy de Córdoba capital. Al principio me costó mucho el tema de lo social, no conocía casi gente y estaba acostumbrada a tener siempre planes sociales. Luego todo se fue acomodando, trabajo, nuevas amistades. Odié el viento por varios años, pero ya me acostumbré. Me encuentro muchas veces quejándome de la ciudad, pero la verdad no la dejaría”, dice Melisa de 28 años.
Yamila tiene 27 y, como tantos otros fueguinos nacidos y criados, tuvo que emigrar cuando terminó el colegio secundario, persiguiendo el sueño del título universitario. “La isla tiene un imán para mí, que mientras viví ahí no lo supe ver. Ahora lejos y más grande, mientras más me alejo más quiero volver. Los pilares de mi vida están allá, y mis afectos más fuertes han salido de allá. En estos momentos de crisis solo pienso en refugiarme en ellos y a veces siento que solo si naciste o te criaste allá podes entender lo que es siempre querer volver” y resume su actualidad en una frase de ocho palabras que lo abarca todo “renuncié a mi trabajo porque extraño el viento”.
“Vivir en tierra del fuego implica un cambio de paradigmas”, afirma Guillermo, de 27 años, que llegó a la provincia en búsqueda del inicio de su carrera profesional. “Es vivir en ciudades pequeñas, que tienen todo lo básico que tiene que tener una ciudad. Es tener la tranquilidad de vivir en un pueblo. Es no tener amplitud térmica y no poder usar paraguas. Es tener distancias cortas pero muy difícil de recorrer de a pie. Es saber que un auto mejora tu calidad de vida en un 100%. Es acostumbrarse a una noche eterna en invierno y a dormir con sol en verano. Es tener un estado fuerte, un excelente sistema de salud público, es saber que si tenés un problema acá, de alguna manera lo vas a poder resolver, y es saber que si algún ser querido tiene algún problema en otra provincia, la red de fueguinos subterránea te va a salvar de alguna manera”.
La solidaridad del pueblo fueguino es casi marca registrada. Solo le falta la etiqueta de “fabricado en Tierra del Fuego”, para cumplir con todos los estándares del concepto local.
Marina, de 23 años, saca su credencial de fueguina, pero solamente para invitar a los demás a ser parte “soy fueguina y viví casi toda mi vida en Río Grande. Me encanta el invierno, la nieve, la isla entera. Creo que lo más difícil de vivir bien al sur es el frío y el viento. Vivimos mucho tiempo adentro, pero cuando empiezan los días lindos los disfrutamos al máximo. Rio Grande es una ciudad súper emprendedora y con mucha gente trabajadora, siempre encontrás alguien que te dé una mano. Vivir en Tierra del Fuego es súper tranquilo y te sentís seguro. Ojalá que las personas que quieran vivir acá, recorran y puedan disfrutar la isla entera”.
Siguiendo por esa huella, Florencia de 24 años apunta “para mi Tierra del Fuego es el lugar donde mas libre me siento. Donde puedo sentirme plena. Disfruto cada estación del año. Me siento dueña de los paisajes que nos regala esta hermosa provincia. Soy de Ushuaia pero vivo hace 3 años en Río grande. Son muy diferentes una de la otra pero soy feliz en cualquier parte. Es mi lugar en el mundo”, dice mientras que derriba en pocas palabras esa brecha del Garibaldi.
Aunque no todos los que llegan se adaptan con facilidad “llegué a Río Grande el 12 de marzo de 2018. Había viajado muchísimas horas, estaba muerta de cansancio y no pensaba en otra cosa que llegar. Me impactó la hermosura de la provincia, primero Ushuaia (donde aterrizó el avión) y después Río Grande, por la forma de sus calles, la amabilidad de la gente, las estructuras de las casas y el frío al que todavía no puedo acostumbrarme”, dice Rocío de 26 años.
Y agrega una realidad que hace tanto ruido, que es imposible de esconder “siempre pienso que no es un lugar para cualquiera, se me hace muy difícil creer que alguien pueda pasarla bien si no tenés un ingreso para satisfacer las necesidades básicas, sobretodo en invierno con un clima tan hostil o incluso la falta de alguien con quien charlar y tomar unos mates también debe ser complicado, porque acá te llegas a sentir más lejos de lo que en realidad estás”.
“Nacer en Tierra Del Fuego es algo único y no lo digo por que es mi provincia, es un lugar mágico: con amaneceres hermosos, con montañas sin escala, con campos inmensos, con lagos, con caminos, con oportunidades y con un frío que te une y no te aleja”, repasa Malena de 25 años.
Para ella, “levantarte a la mañana, correr las cortinas y encontrarte la ciudad pintada de blanca o levantarte y escuchar el ruido del viento, que sabes que te vas a volar y aún así arrancar con ganas de ver a tus amigos, abrigarse hasta no poder respirar y así estás listo para salir a la calle a disfrutar su clima, que te puede sorprender con lluvia, nevadas, sol y viento en el mismo día. Y todo eso, para mí, lo hace mágico”.
En una pincelada de poesía, Buscemi abrevia la descripción del entorno:
Yo voy buscando la luz,
del sol que sube en el mar,
y crezco con la altitud,
del viento de mi lugar.
Luz, mar, viento, montañas. El saldo de una cuenta que se puede hacer mil veces, pero que siempre muestra lo mismo. La fueguinidad no es más que nosotros mismos.